Letzte Aktualisierung: 10. Juni  2006, PK

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Peter Knauer SJ

La pequeña Compañía de Jesús y la grande –

Cómo originó el nombre de la orden y lo que significa



Traducción de:
"Die kleine und die große Gesellschaft Jesu
– Wie der Name des Ordens entstand, und was er bedeutet", en: CANISIUS, Pfingsten 1998, p. 23-25.

Publicado en:
Nuestra Comunidad – Revista semanal de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, n° 76 (12 de mayo de 2003), p. 14; n° 77 (19 de mayo de 2003), n° 78 (26 de mayo de 2003)


RESUMEN:
El nombre «Compañía de Jesús» no es sólo el nombre de una orden religiosa. Se trata más bien de un programa para entender lo que significa ser cristiano. Todos los cristianos están juntos con Cristo delante de Dios. Ser cristiano significa participar en la relación de Jesús a Dios Padre.


Los jesuitas tienen la costumbre de escribir detrás de su nombre y apellido las dos letras «S. J.», la abreviación por Societatis Jesu (= de la Compañía de Jesús).

¿Qué es el sentido de este nombre algo sorprendente?

Ya en los comienzos de sus estudios en el año de 1523 en Barcelona y más tarde en Alcalá, Ignacio de Loyola logró ganar algunos compañeros en su camino espiritual. El término de «compañía» para designar el grupo, en las fuentes aparece por la primera vez en el año de 1527 en Salamanca. Pero es sólo en París que Ignacio encuentra amigos fieles para siempre. En el año de 1534 hacen el voto de castidad y de pobreza. Se obligan a peregrinar, después de sus estudios, a la Tierra Santa o – si esto resultase imposible – a presentarse al Papa para que él disponga de ellos y los envíe adonde él piense que sea más conveniente. Fundar una orden entonces todavía no estaba en la intención del grupo.

En en año pevisto para el pasaje a Jerusalén, a causa de piratas turcos, no había ninguna posibilidad de embarcarse. Así el grupo de los diez exalumnos de la universidad de París finalmente se pone en el camino para Roma. En el camino les viene la cuestión de cómo llamarse si se les pregunta. En un relato posterior Juan de Polanco, quien trabajó durante muchos años con Ignacio como su mano derecha y secretario, resume el resultado de sus deliberaciones de la manera siguiente: «Dado que entre sí no tenían cabeza y ningún superior sino a Jesucristo a quien solo querían servir, les pareció que deberían tomar el nombre de quien tenían como cabeza y llamarse ‹la Compañía de Jesús›.»

Sólo en Roma, cuando el Papa ya había aceptado su oferta y quiso comenzar a enviar algunos de ellos, el grupo, después de deliberaciones de varias semanas, determina que deberían quedar unidos como «un cuerpo» y por eso fundar una orden regular. Porque Dios mismo les había unido, ellos quisieron por todos los medios mantener y confirmar su unión.

Polanco nos narra lo mucho que Ignacio quiso que también la nueva orden se llamase «la Compañía de Jesús» y que este nombre quedase inalterable. Eso tuvo su fundamento en una experiencia espiritual decisiva. Su más clara expresión ha sido el relato de la así llamada «visión de La Storta». En una capillita de pocos de kilómetros de distancia de Roma, se le presentó a San Ignacio cómo «el Padre le puso con el Hijo». Es con palabras tan breves que él mismo lo describió más tarde en su «diario espiritual». Jerónimo Nadal, uno de los colaboradores más familiares con él, nos cuenta más en detalle lo que Ignacio le había contado: «En el tiempo cuando se trataba de aprobar la Compañía y que Ignacio vino a Roma, en la oración en una visión se le apareció Cristo con la cruz. Y Dios poniendo a Ignacio delante de él, para que le sirva, dijo: Yo estaré con ustedes. Con esto manifiestamente indicó Él que nos había elegidos como compañeros de Jesús.» Nadal compara esta experiencia de San Ignacio con la de San Pablo quien experimentó la Iglesia como siendo una con Cristo: «Cristo quien, resuscitado, ya no muere, sufre todavía la cruz perpetuamente en sus miembros, y por eso dice a San Pablo: ¿Porqué es que me persigues a mí?»

El nombre de la nueva orden fué, desde un principio, considerado por muchos con sorpresa y aún con disgusto y enojo. Las más de las otras religiones se llaman según el autor de sus reglas: agustinos, benedictinos, franciscanos, domenicos. Se le reprochó a la nueva orden que se levantariá soberbiamente sobre todos los demás hacia Jesús mismo. Diego Laínez, uno de los diez cofundadores de la Compañía, les contestó: Ya en el Nuevo Testamente leemos que «el Padre, siendo fiel, nos ha llamado en la compañía de su Hijo Jesucristo nuestro Señor» (1 Cor 1,9) y que «nuestra compañía es con el Padre y su Hijo» (1 Jn 1,3). En los dos textos la traducción latina de la Biblia, la Vulgata, dice societas por «compañía».

Pero este argumento para el nombre «Societas Jesu – Compañía de Jesús», en el Nuevo Testamento se refiere a todos los que creen en Jesucristo. Por eso, el nombre «Compañía de Jesús» parece no es un mero nombre de una religión, sino al mismo tiempo un programa para entender lo que significa el ser cristiano.

Para San Ignacio, muchos años de búsqueda habían precedido. Cómo joven oficial, en la defensa de la fortereza de Pamplona contra los franceses en el año de 1521, había sido herido por una bala de cañón. En el largo tiempo de su dolencia, después de haber leído algunos libros de espiritualidad, comenzó pensar intensamente en la fe y quiso hacerse penitente durante toda su vida. Primero decidió pelegrinar a Jerusalén. En el camino tuvo que detenerse por casi un año en Manresa, una pequeña ciudad de Cataluña. Ahí alargó sus tiempos de oración cada día más. Quiso obtener la gracia de Dios por medio de hazañas ascéticas. Pero exigió demasiado de su salud; y además se hundió en graves escrúpulos. Nadie supo darle algún remedio contra ellas.


Más tarde nos cuenta cómo Dios entonces le había conducido, como a un niño de escuela, por un camino muy distinto. Se dió cuenta de que no hay que ganarse con muchos esfuerzos la gracia de Dios. En realidad, Dios desde hace mucho tiempo ya se ha acercado a nosotros por medio de Jesucristo. Por eso no tenenmos que luchar por la gracia de Dios, sino ella es nuestro punto de partida. Con esta manera de ver, San Ignacio pensó que podría dar a los demás la ayuda que él antes había tanto deseado y nunca obtenido.


Ser cristiano – eso nos lo enseña San Ignacio – significa en este nuevo entendimiento saberse acogido en el amor eterno de Dios para con su propio Hijo y tener esto como punto de partida para todo lo demás. Ya no nos hace falta vivir bajo el miedo por nosotros mismos, sino podemos abrirnos para los demás y encontrarles amistosamente. En la fe, de por Dios obtenemos la certeza de ser amados por Él en este mismo amor en el cual se torna desde toda la eternidad hacia su propio Hijo. Como este amor no tiene su medida en nosotros, sino en el Hijo mismo, podemos fiarnos de él en la vida y en la muerte.

Precisamente esto es también el sentido del nombre de la «Compañía de Jesús».

San Ignacio y sus primeros compañeros comprendían la «compañía de Jesús» en un sentido preciso como comunión con Jesús mismo. No se trata de una mera «compañía del nombre de Jesús». Ser cristiano significa siempre una comunión inmediata con Jesús mismo, y no sólo en el sentido de una amistad con él, sino en el sentido de participar en su relación al Padre. Creer en Jesús como Hijo de Dios significa: Saberse amado junto con él y a causa de Él por Dios con este mismo amor que es el Espíritu Santo. Estamos juntos con Él delante de Dios. Todos los cristianos son llamados para decir al los demás que «Dios reconcilió el mundo consigo» (2 Cor 5,19).

En el nombre de religión de la «Compañía de Jesús» se expresa la vocación de promover esta comprensión tan liberadora de la fe al interior de toda la Iglesia. La Compañía de Jesús no es una compañía «cerrada», sino «abierta». Con su nombre quiere ella expresar algo que tiene que ver con todos los cristianos y que puede ser una ayuda decisiva para entender su existencia cristiana y su fe.

De hecho, los primeros compañeros han entendido su nombre de esta manera. Un ejemplo: Pedro Fabro, otro cofundador de la orden, erigió en Parma una confraternidad que no pertenecía a la orden, pero que sin embargo ella también se llamaba oficialmente «La Compagnía del Giesú».

La orden como congregación pequeña tiene la meta de servir a la salvación de la congregación grande de los hombres por la predicación de un entendimiento de la fe, según el cual todos pueden entenderse como la «Compañía de Jesús«. Esta comunión con Dios abarca toda la vida y es también el punto de partida de todo lo que hacemos. Por eso, un cristiano, en todo lo que hace desde la fe y con un corazón lleno de amor, sirve la gloria de Dios. Se trata del contraste a la idea que la vida espiritual no sería sino una parte de nuestra vida que debe ser aumentada lo más posible y sin embargo no será nunca suficientemente grande. San Ignacio nos enseña lo contrario. La oración explícita no es más santa que el resto de la vida, sino es necesaria para nos quedemos con la santificación de toda nuestra vida. Entonces uno puede «encontrar a Dios en todas las cosas» y podemos en todos nuestros quehaceres «alegrarnos de Diosnuestro Señor».

Toda actividad responsable y llena de amor se hace en glorificación de Dios. Las obras no son necesarias para obtener la gracia de Dios, sino proceden de ella y sirven la meta par la cual sola son de veras buenas: el bien de los hombres. El camino de fe tiene Dios como punto de partida y le tiene sólo en este sentido también como fin que uno se apropie siempre más esta certeza: Las obras buenas, el tornarse amorosamente hacia el mundo, ya no son medio para algún fin, sino proceden de la comunión con Dios y son el fin de toda la vida. «Somos la creación de Dios, creados en Jesucristo para hacer en nuestra vida las obras buenas que Dios de antemano nos ha preparado.» (Ef 2,10).

 

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